lunes, 1 de noviembre de 2010

El dolor es una camara mental




Dentro de la cual reina el color humo, el grisáceo o cualquier otra…
Perversión de aquel humor.

Huele a secuestro ahí dentro, a abandono, a viciado…

Tiene una puerta entre abierta que conecta al exterior,

donde se extiende un pasillo neutro en calma, de claridad pura y llana, de sobriedad su color.

Cierto flujo vivracional es emanado de vez en vez, hacia la transparencia de éste…
Desde el interior de cualquier estancia, de las muchas que entrelaza.

Al interior de la cámara del dolor; nosotros, empañado pensamos, opacidad respiramos, y difuso proyectamos.

Nuestras aspiraciones no hacen eco en el pasillo sideral, sino la espesa vaciedad que nos contiene, nos bosqueja, y suministra.

Y la cuestión es que blanco atrae el blanco, el negro a su color, el magenta al rosado…

A través del marco de la puerta podemos a placer, agitar con la mirada entre las forasteras cámaras, acecharles el color particular, acariciarles las membranas, los sonidos, las ventanas.

La habitación del misticismo expele un hálito morado…

¡Quiero extraviar dentro en su encanto!

La de la sed pasional exuda un rojo, blanco etéreo o luz de piel... tú lo decides.

¿Me evocarías desde ella?...

La habitación del odio está embargada de cadáveres, profiere un fétido llanto en color hueso, sabor miedo; de convulsión y ansiedad, huele a lo eterno…

Las cámaras mentales son como el astral, son locaciones, escenarios, plasticidad bualbucante y desgravada.

El hastío, el dolor, el miedo, y tantas otras, son nada más que cámaras mentales.

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